El fuego: El primer acto colaborativo de la humanidad

El fuego: El primer acto colaborativo de la humanidad

09 Octubre 2020

El cuidado del fuego nos obligó a organizarnos, su luz nos agrupó entre las sombras y es probable que en estos círculos de confianza y seguridad compartida, haya comenzado a surgir el lenguaje. 

Álvaro Román >
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¿Te imaginas si somos lo que somos gracias al fuego? Fue el fuego quien nos reunió frente a la inseguridad, la incertidumbre y el abrigo de la noche. Muchas culturas consideraban imprescindible mantener un fuego encendido constantemente, no solamente por su carácter sagrado y vital, sino por la dificultad de poder encenderlo desde cero y cuidarlo.

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Imagina el impacto que tiene que haber generado un rayo que cae sobre un árbol suficientemente seco, en un grupo que tuvo la fortuna de encontrarse en el lugar preciso para aprovecharlo, en una época en la que la presencia del fuego determinaba la delgada línea entre la vida y la muerte. El frío, la incertidumbre y la sombra, eran amenazas demasiado serias para los primeros humanos. Tarde o temprano, alguien tuvo que descubrir que se podría prolongar su calor, su seguridad y su luz, si se le añadía madera, poniendo a raya a la noche. No quedaba más remedio que comenzar a alimentarlo y mantener un suministro de leña porque el fuego sencillamente, no puede apagarse. 

El fuego pudo muy bien ser el primer acto colaborativo de la humanidad. No requeríamos palabras ni herramientas para comprender que para sobrevivir se necesitaba la ayuda de todos. El fuego comenzó a enseñarnos a convertirnos en Seres Humanos, a contribuir en la medida de las capacidades de cada uno, al suministro de madera y cuidado, para el beneficio de todo el grupo. El cuidado del fuego nos obligó a organizarnos, su luz nos agrupó entre las sombras y es probable que en estos círculos de confianza y seguridad compartida, haya comenzado a surgir el lenguaje. El fuego nos enseñó a trabajar en equipo. Con el tiempo, el fuego no solo cambió nuestros hábitos alimenticios, modificó nuestros cráneos y ayudó a transformar nuestro cerebro, sino que además, gracias a que nos convertimos en una excelente fuente de huesos, terminamos por convencer a los lobos, que era mejor negocio esperar las sobras, que atacarnos. Con el tiempo, también aprendieron a protegernos de otros lobos, también de otros humanos. También aprendieron a amarnos.

Ese amor perdura.

Incluso con todo nuestro conocimiento actual, todas nuestras capacidades y toda nuestra tecnología, somos prácticamente incapaces de encender un fuego sin fósforos ni encendedor. Pero incluso faltando cualquiera de estos sencillos pero vitales artilugios de la ciencia moderna, el grupo encontrará la manera de encenderlo utilizando la batería del auto, la bolsa de agua o frotando palitos a lo Naufrago, si la vida dependiese de ello, si el asado no pudiese iniciarse, ni encenderse la marihuana. 

El equipo encontrará la manera de encender un fuego.

Es lo que nos convierte en humanos.

Hijos del fuego.