¿Cómo se salvan vidas donando médula ósea?

¿Cómo se salvan vidas donando médula ósea?

05 Octubre 2021
En Chile, 1 de cada 5 personas tiene ese donante perfecto, para las otras cuatro hay que buscar una persona fuera de la familia. Ahí empieza lo difícil.
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Foto: Unsplash

Por Francisco Barriga, hematólogo y oncólogo pediatra, Red UC Christus

¿Quién puede donar médula ósea? ¿De dónde sacamos las células madre que le salvarán la vida al paciente? Las respuestas a estas preguntas tienes décadas de historia, constantes procesos de ensayo y error para entender una compleja biología, que en su centro comprende nuestro sistema inmune. Este nos da una identidad precisa y permite protegernos de lo ajeno, fundamentalmente gérmenes. La complejidad y variabilidad de este sistema ha sido la pared más alta que los médicos y científicos que desarrollaron el trasplante, tuvieron que vencer.

Los genes que deciden la compatibilidad en el trasplante se llaman HLA. Como todo gen, todos tenemos dos copias, heredadas de nuestros padres, en mitad y mitad, las que se pueden combinar de cuatro maneras distintas. Dos hermanos son 100% compatibles cuando heredan las mismas mitades, como dos gotas de agua. Ese es el o la donante perfecto, da lo mismo que sean de distinto género, grupo de sangre o edad, las células madre de uno se sentirán en casa dentro del otro. 

Sin embargo, las posibilidades de que dos hermanos o hermanas sean compatibles son una en cuatro. Y no por tener tres hermanos una persona asegura tener un donante 100% compatible. Esta posibilidad depende del tamaño de las familias en una población específica. En Chile, 1 de cada 5 personas tiene ese donante perfecto, para las otras cuatro hay que buscar una persona fuera de la familia. Ahí empieza lo difícil.

Los genes HLA son de los más diversos del organismo humano, donde cientos de ellos se unen en miles de combinaciones. Algunos genes son más frecuentes que otros y entonces la posibilidad de que dos personas no relacionadas sean compatibles pueden ir de 1 en 40.000 a una en un millón. Una aguja en un pajar. Incluso dentro de una familia, esa posibilidad es bajísima porque si bien todos comparten mitades, las no compartidas son infinitamente variables.

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Los primeros trasplantes con donantes hermanos se hicieron en los años 60, cuando se confirmó la efectividad del procedimiento y la necesidad de una compatibilidad casi idéntica entre donante y paciente. Cada vez que se intentaba salir un poco de esa igualdad genética, el sistema inmune del donante atacaba al paciente sin misericordia, transformando el trasplante de médula en una pesadilla: la reacción de injerto contra huésped, un rechazo inverso con consecuencias graves para la salud del paciente, hasta el punto de atentar contra su vida.

Hasta los años 70 el trasplante no llegaba más allá del hermano o hermana. Yo viví los años en que, para un niño con cáncer en busca de trasplante, la puerta a la vida se le abría o cerraba en un pedazo de papel donde estaban los resultados de sus hermanos. En ese entonces, la comunidad médica -que veía cómo este procedimiento era una salvación-, se planteó buscar la fuerza en los números como única solución.

Así comenzaron los primeros y tímidos esfuerzos, capitaneados muchas veces por pacientes, madres y padres de niños enfermos, de buscar en la generosidad de su comunidad a personas que estuvieran dispuestas a donar células madre para un paciente que, no teniendo relación familiar, tuviera la combinación justa de genes de compatibilidad.

Hoy tenemos muchas organizaciones como DKMS que están en esta precisa tarea. Entre todas sumamos cerca de 30 millones de personas registradas como potenciales donantes alrededor del mundo, lo que para mí es el milagro más asombroso de la medicina contemporánea, algo que hace creer en la bondad innata de las personas. Con este panorama podemos comenzar la búsqueda del donante ideal.