Escepticismo frente al poder: No afirmar ni negar nada

Escepticismo frente al poder: No afirmar ni negar nada

21 Agosto 2020

No conocemos las creencias que habitualmente pensamos que conocemos; no porque nuestro conocimiento falle, sino porque no existe una verdad que justifique nuestra forma de conocer el mundo. Ergo, cuando nos dicen que nos están diciendo la verdad, en realidad nos están mintiendo. 

Diego Montoya >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Invitado

No creemos lo que nos dicen nuestros padres, no creemos en Dios, no creemos en el Estado, no obstante, creemos en las dudas de nosotros mismos, sino creyéramos en nuestras dudas, entonces: ¿Por qué nos sentimos con el poder de transformar nuestra historia? ¿Por qué creemos que la religión no debe entrometerse en las decisiones del Estado? ¿Por qué creemos que le hace mal a nuestro país tener políticos mediocres?

Te puede interesar: Educación: La filosofía al servicio de las habilidades del siglo XXI

Dichas preguntas se encuadran en una actitud filosófica, llamada escéptica, que a nivel muy general se compromete con la siguiente tesis: no conocemos las creencias que habitualmente pensamos que conocemos; no porque nuestro conocimiento falle, sino porque no existe una verdad que justifique nuestra forma de conocer el mundo. Ergo, cuando nos dicen que nos están diciendo la verdad, en realidad nos están mintiendo con evidencia e información no fiable.

El 18 de octubre del año pasado, despertamos de un sueño que nos tenía aturdidos e inconscientes. Recuerdo que, en mi lugar de trabajo, realizamos distintos profesores un pequeño conversatorio (en distintos lugares de Chile, se pusieron de moda los conversatorios, espero vuelva esa moda para generar consciencia frente al apruebo) sobre la causa de origen del estallido social. Se invitó a distintas personas, una de ellas, una asistente de la educación, que manifestó abiertamente que era la primera vez que se sentía con la libertad de expresar lo que durante años se había guardado a causa de miedo e impotencia, es decir, antes –a su juicio- no se le habían dado los espacios públicos para hacerlo, y así pasaron los años, guardando desilusiones, limitando oportunidades y esperando que alguien pueda dar respuesta a una verdad incómoda que se encontraba enraizada en su vida.

De este relato en primera persona, deberían surgir algunas preguntas claves que anuncian la contraposición entre un modelo de verdad fallido y un modelo de verdad eclipsado por una actitud escéptica: ¿El modelo de verdad que nos propusieron desde el retorno a la democracia falló porque tenía un desequilibrado enfoque económico? ¿Se puede tener un modelo de verdad eclipsado por un manto de dudas? ¿Qué actitud escéptica debemos tener después de habernos quitado el velo de la ignorancia? ¿Qué rol juegan los medios de comunicación en esta historia, entendiendo que mayoritariamente defienden el dogma institucional? ¿Es posible pensar en criterios objetivos para enfrentarse al flujo de información -alejándose del dogmatismo servicial que nos tranquiliza, y nos deja descansar de la duda que nos carcome por dentro- mientras las medias verdades justifican lo injustificable?

Las preguntas anteriores, no podrán ser respondidas en este breve escrito, de todas formas, se hace muy importante tenerlas presentes. Así pues, la más significativa a mi juicio, es la última, que en términos generales busca la posibilidad de dudar olvidándose de la convención y filtrando rigurosamente la información, no afirmando ni negando nada. De lo anterior, voy a proponer el siguiente planteamiento a la paradoja poder-pueblo respecto a la duda sobre el debate constitucional: si la respuesta del poder a la duda del pueblo, es entregar una certeza mínima y regulada por el dogma constitucional, la respuesta de pueblo a su propia duda, no puede ser otra que alimentar más dudas, destruyéndolo todo, incluso esa certeza mínima y regulada por el dogma constitucional, hasta que la certeza del poder se transforme en duda del pueblo, y el poder este obligado a destruirlo todo para seguir con vida.

Pero como esto no se trata de lo que puede ser, sino de lo que es, es imposible resolver la paradoja a favor de la duda del pueblo. No es acaso, un ejemplo de la paradoja anterior, el pacto de los partidos políticos del 15 de noviembre del año pasado: un país controlado por la duda, una clase política confundida y aturdida, sin saber bien, donde pisar, porque cualquier paso en falso, les podía costar caro, ¿qué pasó? se dieron cuenta que la única salida, era tomar una duda del pueblo y transformarla en certeza, y luego, ¿qué paso? negociaron a puerta cerrada, no solo representantes del poder político, sino que también especialista en certezas, estudiosos del dogma constitucional y resolvieron lo que a su parecer era la mejor versión de la duda del pueblo.

Por consiguiente, nunca una auténtica duda del pueblo se podrá transformar en una auténtica certeza cuando es conducida por el poder. No obstante, independiente de la autenticidad de la duda, lo anterior sirve para demostrar que es posible tener una actitud escéptica frente al poder, no negando ni afirmando nada, teniendo claridad, que es nuestro deber estar alerta, diferenciando información real de meras opiniones, realizando las preguntas necesarias para detectar a tiempo cuando una duda del pueblo debe transformarse en certeza del nuevo dogma.