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Un inglés de apellido Jones busca nombre artístico para iniciar su carrera musical. Rápidamente piensa en provocar, en asustar, en rasgar. Que mejor que un cuchillo se tiene que haber dicho, Knife, David Knife, se repitió. Muy sencillo, muy obvio. "No quiero ser un cuchillo cualquiera, uno de mesa, uno de mantequilla. Quiero ser un cuchillo intimidante, uno que mate, un puñal, un Bowie".

David Bowie influyó en la música como pocos en su misma historia. Y es que Bowie fue el primero en entender que la industria musical, no sólo tenía que ver con acordes o afinaciones, sino también con estética. Hizo para el arte auditivo un complemento estético que hasta hoy golpea generaciones. Hace apenas tres días escuchamos su último disco, Blackstar, una mezcla delirante de destiempo de Jazz y ese sonido tan espacial y especial de Bowie. El vibrato alargado de su voz que me pareció tan maduro, tan de sobreviviente, de veterano de guerra. Me prometí ponerle más atención, escuchar más de él, sintonizar con lo que siente, con lo que ve, con lo que vive. Como siempre, tarde.

Influyó en el Glam Rock, se adelantó al Punk, virtuó el Pop. Sin querer serlo fue rostro de los derechos sexuales. Fue el Superhéroe de los héroes de los 90’ Cobain y Mercury. En los 80’s influyó en The Cure y Pixies y en los 70’s sobre el mismísimo Lennon.

Nos mostró el lado feo de la humanidad, nos mostró el pre y post apocalipsis; y en su último single nos envía un mensaje desde el infinito: Look up here, I'm in heaven.

Su figura alargada, andrógina, casi extraterrestre. Sus alter egos, las performance al borde del mal gusto, al borde de lo sublime. Siempre transgresor, siempre tomando riesgos. Punzante, peligroso, brillante, afilado. Así era Bowie, un puñal ideado para matar.

¡Un minuto de silencio señores, hoy ha muerto un Dios del Rock!