Siempre fuimos lunáticos

Siempre fuimos lunáticos

19 Marzo 2011
Carolina Díaz >
authenticated user Corresponsal

El sábado 19 de marzo, la Luna experimentó su máxima cercanía con la Tierra justo en su fase de Luna Llena. Por ello, nuestro satélite natural se vio un 30% más brillante y un 14% más grande que lo habitual. Es decir, de los 384.000 kilómetros de distancia promedio que suele tener respecto a la Tierra, pasó a estar a unos 356.500 kilómetros.

 

Aunque el espectáculo no revestía mayor misterio que la belleza, muchos se preguntaron sobre los “riesgos” que tal situación podía generar para nuestro planeta. La ecuación tras la duda fue la siguiente: hace pocos días hubo un tsunami devastador en Japón y la Luna siempre influye en las mareas a raíz de la influencia gravitacional. Por lo tanto, si el satélite natural estará más cercano a nosotros será muy probable que se produzcan grandes marejadas y movimientos de placas tectónicas. De ahí a los posibles efectos apocalípticos de la llamada “Súper Luna”, hubo un solo link.


Pero lo cierto es que el perigeo, es decir el momento en que Luna está más próxima a la Tierra, es un fenómeno que ocurre cada año, producto de su órbita alrededor del planeta. Este 2011 hubo menor distancia porque luego de 18 años coincidió nuevamente con el ciclo lunar. En estos casos, la alteración que la luna provoca sobre las mareas no es mayor a unos 15 centímetros en el oleaje y este cambio siempre es gradual y paulatino, jamás de un minuto a otro. Por último, no existen estudios ni evidencia científica que confirme alguna relación entre terremotos y los movimientos de la Luna y su distancia. En conclusión, no estábamos ni cerca del fin del mundo.


Pero naturalmente es mucho más entretenido caer en la tentación de fabular con fenómenos astronómicos relativamente sencillos para la mecánica científica. De seguro porque aún vivenciamos la herencia de pueblos antiguos que interpretaron su existencia a partir de la observación celeste.


En ese ejercicio, la Luna, fue siempre un poderoso símbolo. Para los Selk’nam, por ejemplo, cuando estaba eclipsada significaba dolor y destrucción. Para los Inca era la diosa Mama Quilla, madre del firmamento y esposa de Inti, el dios Sol.


Si nos observamos con atención descubriremos que los más de ocho siglos que nos separan de las diferentes cosmovisiones prehispánicas y el consecuente desarrollo de las sociedades, la ciencia y la tan valorada evolución de la especie, no han mermado nuestra capacidad de idear mitos y leyendas que expliquen gran parte de las interrogantes existenciales. Sobre todo cuando se trata de nuestro satélite natural que desde principio de los tiempos nos ha convertido en verdades lunáticos.