Opinión: Vocación de ¿Servicio o servirse?

18 Febrero 2015

Seamos claros: los Ministros de Estado, al igual que todos los funcionarios públicos, no son guardianes ni cuidadores de niños rebeldes o malcriados, sino que son servidores para las chilenas y chilenos.

Rodrigo Duran >
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Tras días intensos, y que, de paso, enlutaron un exitoso cierre legislativo para el oficialismo, el primogénito de la presidenta Bachelet, Sebastián Dávalos presentó su renuncia al cargo de director Sociocultural de la presidencia tras el bullado caso referente a la solicitud de un crédito, concedido por una entidad bancaria, por 6.500 millones de pesos a la sociedad Caval, cuya propietaria es nuera de la actual mandataria.

El préstamo tuvo como objetivo la compra de terrenos, en la comuna de Machalí, los cuales serían posteriormente vendidos en 9.000 millones dejando la friolera de 2.500 millones cash para las finanzas de la pareja. Todo lo anterior, que podría ser perfectamente percibido como una muy buena “pasada”, se vio enlodado por la presencia de Dávalos en la reunión que sostuvo su mujer con Andrónico Luksic durante el período de campaña presidencial en el cual participó la entonces candidata Bachelet quien tenía las mayores chances de acceder a la Moneda cosa que, en la práctica, se concreto haciendo que, al día siguiente, Caval recibiera el crédito solicitado en sus arcas para la realización del negocio. Todo lo anterior, sumado a otros hechos que han puesto en jaque la credibilidad, confianza y mermado la relación entre políticos - ciudadanos, nos lleva a preguntarnos si finalmente el ejercicio de la política es una cuestión de vocación de servicio, hacia los ciudadanos, o de servirse, para fines y ambiciones personales.

La vocación (latín “vocatio”) es la inclinación a cualquier estado, carrera, profesión o inspiración divina que atrae a una persona hacia un gusto, interés y/o aptitud. En cuanto al concepto de servidor público (lato-sensu) entenderemos a toda persona que, en virtud de la relación laboral establecida con el Estado mediante nombramientos expedidos por la autoridad competente o contrato celebrado entre las partes, presta sus servicios en el desempeño de una función social, orientada de manera directa o indirecta al servicio de la sociedad, bajo principios de legalidad, imparcialidad, eficiencia, resguardo del interés colectivo, honradez y lealtad a la institución gubernamental y a la ciudadanía. Adicionalmente el servidor público es un ente que forma parte de la sociedad al actuar como instrumento de un sistema jurídico regulador de las acciones gubernamentales en su contacto con el ciudadano priorizando el interés común por sobre los fines individuales conforme a los valores y principios propios del Estado de Derecho con el propósito de servir, en el caso de nuestro país, a la sociedad chilena en su conjunto. En este sentido, quienes asumen el servicio público como una oportunidad para servirse no están cumpliendo ni la vocación ni el mandato por el cual fueron electos o designados, en base a la confianza depositada en ellos, propiciando conductas clientelistas que impiden avanzar hacia la construcción de una democracia plena y participativa.

Cuando Dávalos Bachelet comenzó su intervención realizando una escueta cuenta pública de su gestión, cabeza agacha y cual bólido de fórmula 1, entendemos que el personaje en cuestión no comprendió la gravedad del hecho que revolucionó las redes sociales, enmudeció a los principales defensores de la probidad en el oficialismo y le trajo más de una crítica tanto al interior de la Nueva Mayoría como desde Alianza que, dicho sea de paso, esta última dio cuenta de su tejado de vidrio y malentendido oportunismo propio del manejo en torno al caso Penta. Lo que se le cuestionó al hijo de la mandataria fue su proceder, su falta de sentido común en un gobierno que aboga por la igualdad y lucha contra la desigualdad como estandartes pero desde la comodidad del establishment bajo la lógica del “juntos, pero no revueltos” o “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Pensar que no hubo ilícito en cuanto a influencias o uso de información privilegiada, entre otros, es pecar de ingenuidad o subestimar a ciudadanos cada día más empoderados y que cuentan con multiplicidad de canales informativos para la comprensión de su realidad. Incluso más, una de las grandes críticas emotivas hacia Dávalos fue la deslealtad hacia su madre, la presidenta de la república, mancillando su reputación en un control de daños, liderado por el ministro Peñailillo, que comenzó en un blindaje y terminó por deslindar la responsabilidad hacia el cuestionado ex “primer damo” porque seamos claros: los Ministros de Estado, al igual que todos los funcionarios públicos, no son guardianes ni cuidadores de niños rebeldes o malcriados, sino que son servidores para las chilenas y chilenos.

Como sea, lo de Dávalos Bachelet es sólo un ejemplo de varios donde hemos constatado como la vocación pública, ejercida por personas dedicadas a la actividad política (recordar la “condición humana” de Hannah Arendt), puede terminar derivando hacia una coyuntura donde la satisfacción de interés individuales y la ambición malentendida, bajo la premisa del fin justifica los medios, ponen en tela de juicio al sistema político pagando justos por pecadores en un contexto marcado por la desconexión con la ciudadanía, acrecentando la desafección y cimentando las bases para un escenario donde el riesgo moral de los electores bien podría verse reflejado en las urnas durante los comicios de 2016 – 2017 ante la carencia de servidores públicos, que sean percibidos como tales por parte de la opinión pública, para Chile.