Crecimiento Económico y Desigualdad

Crecimiento Económico y Desigualdad

03 Julio 2007
De un tiempo a esta parte un sector importante de los medios de comunicación nos han venido tratando de acostumbrar a la confusa idea que los economistas serían una especie de técnicos neutrales e infalibles, aunque sus hechos dicen lo contrario.
Gonzalo Rovira >
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De un tiempo a esta parte un sector importante de los medios de comunicación nos han venido tratando de acostumbrar a la confusa idea de que los economistas serían una especie de técnicos neutrales e infalibles, pero las últimas desavenencias políticas del gremio han puesto en evidencia que los economistas, en general, tienen posiciones claras y disímiles respecto a algunos aspectos cardinales de la economía.
Desde hace ya un par de décadas que las escuelas de ingeniería comercial y de negocios se han tomado en serio el vínculo de la economía con la filosofía, por lo demás, aunque muchos lo olvidan, Adam Smith fue profesor de filosofía moral. Conceptos frecuentes en los economistas como “la naturaleza humana”, la “igualdad” o la “felicidad”, es evidente que requieren de definiciones que escapan a los cálculos económicos, aunque algunos persistan en no creerlo así.
Estos y otros conceptos ya habían sido cuestionados en la década del setenta por Rawls, Dworkin, Sen y la posterior discusión sobre el contrato social. ¿Que hace que una sociedad sea justa? ¿Qué relación existe entre justicia e igualdad? ¿Qué es igualdad? ¿Puede crecer económicamente una sociedad igualitaria?
Los economistas suelen comenzar sus definiciones económicas a partir del supuesto de la “escasez de los medios en relación con la demanda ilimitada”, como parte de la “naturaleza humana”. ¿Esta en la naturaleza humana demandar más de lo que hay? ¿Somos egoístas o altruistas? Todo lo anterior ¿es “por naturaleza”?
Sobre “nuestra naturaleza” aun hay mucho que decir, pero podemos y debemos acotar a lo que nos referimos con ello en una materia tan sensible para todos como son las decisiones económicas. La mayoría de las presuposiciones sobre la naturaleza humana son de sentido común y cubren un ámbito que va desde el prejuicio dogmático hasta la intuición bien intencionada; las menos han sido sometidas a un cierto grado de reflexión filosófica crítica que permite al menos prever las consecuencias posibles de las políticas económicas que se basan en ellas. Un conjunto muy minoritario de ellas se funda en una reflexión de las contribuciones de la ciencia cognitiva, incluida la psicología evolucionaria. Y todo indica que estas últimas son útiles en la medida en que se sostengan en un sano individualismo metodológico, o cualquier otro principio metodológico compatible con el.
Entre las virtudes que debemos reconocer al economista Andrés Solimano (DESIGUALDAD SOCIAL, Comp., F.C.E., 2000) es que no se deja llevar por las explicaciones fáciles. La pregunta que ordena su reflexión es la incidencia de las políticas públicas en la superación de la pobreza y la desigualdad. Es evidente que las decisiones que toma un gobierno afectan a todos los miembros de la sociedad y por lo tanto a todos nos compete el resultado de sus políticas. Lamentablemente, tal como él nos recuerda, el “colapso del socialismo en el Este y la declinación del dirigismo estatal en los países en desarrollo, seguidos por el ascenso de la economía de mercado libre, han relegado, infortunadamente, las cuestiones de la justicia distributiva y la desigualdad social a un lugar secundario en el debate publico”.
Esta discusión es fundamental. Ya Maquiavelo observó que cuando el grueso de la propiedad está distribuido entre un puñado de grande propietarios no hay espacio para instituir república alguna, y la vida política sólo puede hallar alguna esperanza en la discreción de un “príncipe absolutista”. La igualdad de oportunidades esta en la base de una sociedad democrática. Es propio de la tradición histórica republicana considerar que el ejercicio de la ciudadanía es incompatibles con las relaciones de dominación mediante las cuales los propietarios y ricos ejercen dominio absoluto sobre aquellos que, por no ser completamente libres, están sujetos a todo tipo de interferencias; ya sea en el ámbito de la vida doméstica, o en las relaciones jurídicas propias de la vida civil, tales como los contratos de trabajo o de compra y venta de bienes materiales. La ciudadanía plena no es posible sin independencia material o sin un “control” sobre el propio conjunto de oportunidades. También Kant se había percatado de algo tan evidente, y considero necesario trazar una distinción entre ciudadanos pasivos y activos, ya que asumía que todos los que “tienen” que ser mandados, o puestos bajo la tutela de otros individuos, no poseen independencia civil.
Hoy debemos asumir que cuando enfrentamos la pobreza no necesariamente estamos encarando la desigualdad, que es requisito necesario de acceso a la libertad. Una de las características de los gobiernos post dictadura ha sido el centrar sus esfuerzos en superar el drama de la pobreza, los éxitos obtenidos son incuestionables, pero también lo es que una sociedad con los niveles de desigualdad que tenemos se levanta sobre una bomba de tiempo. Enfrentar la pobreza dura era y es aun una tarea importante, pero limitada. Lo que ocurre es que resulta más fácil poner de acuerdo a una “mayoría” social respecto a enfrentar la pobreza que a encarar la desigualdad.
Si Solimano ya nos tenía acostumbrados a una crítica consistente y dura, pero siempre desde una postura académica y general, en su ultimo libro, LA MESA COJA (junto a Molly Pollack, Colección CIGLOB 2006), va más allá y hace un análisis descarnado de la desigualdad y sus peligros en nuestro pais: “… la distribución del ingreso autónomo no mejoro en Chile durante la década de los años 90’ pese al crecimiento económico, lo que sugiere que si bien el crecimiento económico eleva, en distintas proporciones el nivel de vida material de las personas, este per se no es un mecanismo de mayor igualdad. Estas tendencias a la desigualdad fueron amortiguadas por la política de transferencias, aunque estas no cambiaron de forma significativa la distribución de ingresos, la que sigue siendo, ciertamente, desigual”.
El conjunto de soluciones que propone en el ámbito de las políticas públicas económicas, para enfrentar las desigualdades en Chile, nos convoca a una amplia reflexión sobre el tema de la dicotomía entre igualdad y desigualdad. Hay que realizar una reflexión más fina, ya que, dada su complejidad, las soluciones a este conflicto pueden fácilmente conducir a confusiones. El problema es posible enfocarlo desde la “naturaleza humana” y ya en dicha perspectiva se producen complicaciones. Desde un punto de vista estrictamente biológico pertenecemos a una misma especie pero somos claramente desiguales en muchos respectos en lo que se refiere a nuestra dotación biológica. Pero si dentro de esa misma perspectiva damos un paso más allá es posible que pueda mostrarse que hay ciertos rasgos de la especie, que todavía es discutible que sean puramente biológicos, que nos hacen pensar que somos iguales, especialmente si se tiene en cuenta nuestra capacidad de juicio y apreciación moral, nuestra capacidad para la acción colaborativa, nuestra capacidad de organización, etc. Sobre esto, en las últimas décadas los filósofos han aportado bastante, pero muy poco ha estado basado en teorías que tengan alguna evidencia confiable, la investigación conjunta con sociólogos y economistas es relativamente nueva y parece alentadora. ¿Qué tipo de estado o que mecanismos de control social permitirían avanzar al ideal de la igualdad? Aun nos queda camino por recorrer.