TRANSPACÍFICO: arte y parte

TRANSPACÍFICO: arte y parte

25 Junio 2007
Los padres Gobiernos y las madres Economías nos invitan a esta tecnológica, irónica y crítica muestra que reúne a artistas asiáticos y chilenos. Veamos de qué se trata.
Camilo Rojas >
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Bajo las polleras del poder ejecutivo nacional, en el joven y subterráneo Centro Cultural Palacio la Moneda, en Santiago, se presenta, hasta este 22 de julio, una exposición titulada “Transpacífico”. La idea de la exposición, según Gerardo Mosquera (curador de la muestra), es realizar un encuentro entre artistas asiáticos y chilenos. No hay un tema específico para la obra, sino más bien un eje temático que consistiría en una noción de encuentro entre los artistas, un encuentro entre las cosas comunes, especialmente el futuro.

La muestra consiste en una docena de trabajos de diferentes envergaduras y teconologías, los que ocupan los tres espacios más importantes del inmenso centro cultural. Así, lo primero que se ve al ingresar es Naciones Unidas, una sábana café claro de magnas dimensiones: se trata de un memorial constituido por 188 banderas de diferentes países del planeta, todo construido a partir de cabello humano. La idea es que el pelo implica lo humano, la unión utópica de la humanidad, y a la vez, contradictoriamente, las banderas implican las divisiones geopolíticas. La obra fue ideada por Gu Wenda.
Otro trabajo que llama la atención es Silla de guardia, de Carolina Ruff. Son dos esculturas de lana en esterillas bordadas que se ubican a la entrada de uno de los salones, justo al lado de la verdadera silla del guardia. A nuestro juicio, se trata de una obra burlona para con el orden de los museos: las sillas están plegadas, como queriendo decir “aquí no hay guardias”, y el material y la posición de las esculturas (en el suelo, apoyadas en la pared) denotan cierto forzado descuido. Es una espacie de burla al museo mismo, pues el guardia en realidad está ahí al lado cuidando su propia silla plegada, la que prescinde de él.
También llaman la atención el trabajo de Young Hae Chang, La lucha continúa y Cunnilingus en Corea del Norte, que forman parte de una serie de trabajos de imágenes proyectadas consistentes en relatos simples y directos acompañados de música. Le dejamos los comentarios a usted, pues puede ver esos trabajos y otro más presionando acá. Luego tenemos los videos de Kuang-Yu tsui, en los que aparece el autor, de perfil, tratando de adivinar el nombre de los objetos con los que se le golpea por la espalada; al autor vomitando en diferentes lugares de una ciudad; al autor chocando su cabeza contra diferentes superficies; al autor cambiándose de disfraces dependiendo del lugar en el que se encuentra, etc. Simpático. Posiblemente crítico. Sobre todo el de los disfraces, que trata de mostrar un camino rápido a la superficialidad.
Luego está Xu Zhen con un video proyectado. En el panfleto de la exposición dice que se trata de una revisión irónica de las relaciones de China con sus países vecinos, pero claramente el argumento final de la obra consiste en hacer pelear a unos juguetes electrónicos en las fronteras de China, la vieja metáfora del juego de la guerra. Pero el video muestra todos los preparativos y todo el viaje de 18 días, en cámara rápida. Que sea aburrido es lo de menos. Es absolutamente prescindible.
Lo mismo pasa con lo de Kan Xuan, Finalmente, un video-performance en el que se muestra a la artista con una masa de harina y agua que pasa por un proceso en el que se cocina y luego ella misma mastica la masa y la devuelve al recipiente, donde se vuelve a cocinar y ella vuelve a rumiar con la masa para devolverla a la hoya y seguir cocinándola hasta que finalmente se la come. Eso. No peca de lo mismo, sin embargo, la serie de fotografías de Simryn Gill (Perlas), que muestra retratos de personas comunes y corrientes modelando collares construidos con hojas de libros: la singular relación de los personajes con los libros de los cuales se extraen las hojas da un poder siniestro a la obra: ese adorno, esa cosmovisión teórica que no hace falta leer, sino que sólo debe estar ahí, carga de sentido, casi inconscientemente, a esos sujetos anónimos. De la misma artista tenemos Atropellados, una obra en la que se muestran montones de autitos conformados por alguna basura aplastada y unas rueditas; hay de varios tamaños y colores, y están ordenados de un modo confuso. La basura que pisan los autos se transforma en autos. Una buena manera de referirse a la basura y con la basura, mediante una obra que dista mucho de ser basura.
En fin. Esos serían algunos de los trabajos que más llaman la atención. Se agradece la muestra. Nunca están de más las exposiciones. Sin embargo, hay algo de carácter mucho más extenso que creo que sería sano recalcar. Se trata del carácter de una obra crítica. De la pregunta que apunta a la lógica de la muestra. En la entrada hay un extracto del texto que confeccionó Gerardo Mosquera (el curador), que deja claras dos ideas que, a nuestro parecer, son, en el fondo, contradictorias. Una es que da por hecho que “la cultura sigue a la economía” y que, por lo tanto, resulta interesante hacer este circuito cultural sur-sur como un producto de la lógica de los nuevos circuitos económicos que nacen de las entrañas de los últimos tratados de comercio. La segunda idea es la de los “artistas críticos” de la obra. ¿Críticos de qué? Pienso en el trabajo de Yang Zhenzhong, imágenes que muestran a personas haciendo equilibrio, como quien lo hace con una escoba en el dedo, con máquinas de guerra, el payaso del macdonals y una estatua de la Antigua China: la liviandad y lo lúdico que implican esos artefactos hoy. Es una crítica, no caben dudas, a algo más extenso que a los cambios en China: es una crítica a la vida actual. Pero no nos parece que la crítica logre situarse en un lugar desde donde junte voz para poder criticar realmente. La muestra trata de obras respaldadas por los gobiernos, obras que se exponen justo bajo la casa de gobierno chilena. ¿No les parece un gesto grosero? Las artes bajo la república y, siguiendo las palabras del curador, las artes y la cultura bajo la economía (muchas veces y en muchas épocas ha sido así, pero eso no quiere decir que sea algo digno). Y sin embargo esas obras critican, de algún modo, lo que esos gobiernos y esas economías están haciendo de este planeta. Más que contradictorio, nos parece, es absurdo. No sólo con el innecesario y abrumador uso de los recursos teconológicos, sino que también con la ropa prestada de los gobiernos y las economías. La pregunta es: ¿se puede hacer una crítica a algo cuando se goza de los beneficios de ese algo? Yo creo que no, que un mínimo gesto ético es salirse de los circuitos a los que se critica, en la medida de lo posible. Pero esa es nuestra democracia económica actual. Tan poderosa y absorbente que se traga, financia y hasta publicita las críticas que se le hacen a ella misma. En definitiva, es autocrítica. Pero es autocrítica desde una perspectiva lúdica, humorística, que se queda en el arte y no sale de ahí. Ya el arte no parece más que un juego de acusaciones como cuando los hermanos pre-púberes se acusan mutuamente de haber tomado el chocolate del refrigerador: finalmente nadie tiene la culpa, los padres perdonan a sus hijos y olvidan la rencilla, y los niños se quedan con sus estómagos llenos del dulce elemento.

Ese es el arte que se ofrece en el Centro Cultural Palacio la Moneda. Si le gusta vaya a verlo, no va a perder el tiempo, se lo aseguramos. Pero nosotros pensamos que es el arte lo que hace cultura, que siempre ha sido el arte uno de los más importantes generadores de cambio social, moviendo, con las manos de la inteligencia, a la ordenadora Política, el paranoico Ejército, y la interesada, mentirosa y desmemoriada Economía. No al revés.
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