En serio. Nunca lo habría imginado. Y gracias a este estudio, por fin puedo explicarme por qué una noche de disco me deja una caña de aquellas.

En el diario El País se informa que varios estudios experimentales han demostrado que la música ambiental y su estructura (volumen de sonido, el tempo o la tonalidad) pueden afectar al tráfico de personas en un centro comercial, el volumen de ventas o incitar, por ejemplo, a la compra de un vino francés al sonar música de ese país. Investigadores de la Universidad Bretagne-Sud (Francia) sostienen ahora que la música muy fuerte hace beber más en menos tiempo, según el trabajo que publican en la revista Alcoholism: Clinical & Experimental Research.

En 7 sorbos

Los investigadores visitaron, con el consentimiento de los propietarios, dos bares de la Bretaña francesa, seleccionaron, sin su conocimiento, a 40 jóvenes de entre 18 y 25 años que se sentaban en parejas y que pedían cerveza. Previamente, manipularon al azar el volumen de la música. Con el nivel habitual (72 decibelios), los clientes pedían 2,6 cervezas de cuarto de litro y tardaban 14,41 minutos en consumir cada una; al máximo volumen permitido (88 decibelios), bebían 3,4 consumiciones e ingerían cada una en 11,45 minutos. Curiosamente, en ambas situaciones necesitaron siete sorbos para acabar la bebida.

Eso puede significar que mientras más fuerte la música, más son las ganas de salir volando del lugar. A mí al menos me pasa, o que simplemente, asociamos la música fuerte con las ganas de mover el cuerpo y otras extremidades varias... en tal caso, cualquier lo único que quiere es terminar rápido su vaso y largarse a otro lugar más placentero.

Así que mis estimados, ya saben. La próxima vez que lleguen con unas copitas de más a su casa y los estén esperando en la puerta sus señoras, tan solo explíquenle que la revista Clinical&Experimental Research ya lo ha dicho: en el bar había mucha música y se vieron obligados a beber de más...

Piñones Links:

• La nota en Science Daily