Ha llegado un barco lleno... de inmigrantes

Ha llegado un barco lleno... de inmigrantes

01 Septiembre 2007
Miles de inmigrantes ilegales entran a Europa, llegan arriesgando su vida para ayudar a sus familias.
Sergio Vásquez ... >
authenticated user Corresponsal

Fodé salió de su casa en Senegal para ir a Europa con una misión: ayudar a su familia donde son 10 hermanos. Al despedirle, su padre le dijo: "Es el trabajo lo que te lleva allá. Trabaja, acuéstate y duerme, y vuelve a trabajar; así no tendrás problemas".

Fodé se subió a un "cayuco" (que es un bote grande que usan los pescadores senegaleses) junto con otros 93 africanos a quienes la conciencia de su miseria empujó a abandonar su tierra en busca de una vida mejor. Después de un viaje de unos 2000 kilómetros en pésimas condiciones, hacinados, con hambre y sed, quemados por el sol, vomitando la mayoría, Fodé llegó a las Islas Canarias, territorio español frente a la costa occidental de África. Al ver las luces de la ciudad de Tenerife creyó, como la mayoría de sus compañeros de viaje, que había llegado a Europa continental y no tenía muy claro dónde estaba. No le importó en absoluto: "Sí sé que aquí hay trabajo y estoy en Europa; lo demás no importa".

Durante el verano europeo, casi todos los días llegan cayucos a las Islas Canarias. Es una ruta privilegiada para llegar a Europa. Otros intentan cruzar el estrecho de Gibraltar y llegar directamente al sur de España, pero es una ruta más vigilada. Éstos van en "pateras", que son lanchas más pequeñas y más rápidas. Pero en cayuco o en patera, muchos mueren ahogados al naufragar en la travesía. Otros, simplemente se ahogan al llegar porque como son campesinos o pastores de tierra adentro no saben nadar y sus cuerpos aparecen en las playas de Andalucía o de las Canarias, donde los veraneantes avisan a la Guardia Civil que hay cuerpos en la playa.

¿Qué empuja a tanta gente a arriesgar sus vidas de esa manera?

Unos reporteros del diario español El País se tomaron el trabajo de ir a Senegal y visitar a las familias de los que llegaban a España. Y lograron descubrir cómo funciona el sistema.

En las aldeas de pescadores de Senegal, Fodé y muchos otros como él, habían trabajado toda su vida para mantener a sus familias. Después de muchos años de trabajar no vivían mejor que lo que habían vivido sus padres, ni éstos que sus abuelos. En una pequeña casa de barro, de 50 metros cuadrados, viven a veces 15 personas de 3 generaciones. Además, la pesca industrial hecha por los barcos pesqueros de los países industrializados va dejando cada vez menos que pescar a la gente como Fodé.

Hasta hace poco, vivir así era simplemente el destino, la voluntad de Dios. Pero con el turismo, la televisión y el Internet, los pescadores senegaleses (y todos los pobres de la Tierra) ven que en otras partes se vive mejor. Mucho mejor. Para los jóvenes, salir, irse a Europa, se va transformando en una obsesión.

Un buen día, una familia de pescadores agranda su casa e instala la televisión. Construye en cemento y se compran un auto y una moto para los hijos. Inmediatamente son más respetados que los demás y esa familia empieza a ser importante en el pueblo. ¿Qué ha pasado? Uno de sus hijos está trabajando en Francia o en España y les manda plata. Las familias ven lo que pasa, entre todos se cotizan, trabajan duro, venden casi todo lo que tienen, y mandan a uno de sus jóvenes a Europa. Su misión: trabajar y mandar plata. Son una "inversión". Por eso, llegar a Europa es su obligación.

Amadú tiene 15 años. Su padre le dijo: "Vete a España y manda dinero a casa". Luego lo llevó a ver al morabito (líder religioso en la África musulmana), quien le dio varios gri-gri (amuletos que impiden que ocurra algo malo, "salvo que Alá decida otra cosa") y le advirtió: "Cuando llegues a España, no olvides tu religión y, sobre todo, recuerda la pobreza que dejas atrás".

Amadú se embarcó con su hermano, pero éste no llegó. "Contrajo el mal del mar. Vomitaba mucho. Al final, se murió de hambre. Dejamos el cuerpo en el fondo del cayuco, hasta que empezó a oler mal. Entonces lo tiramos por la borda. No me di cuenta de que él llevaba en los bolsillos lo poco que teníamos. Así que lo perdí todo, salvo este rosario. Me acuerdo de mi hermano cada día y cada noche. Me siento solo. Rezo para que Alá tenga piedad de su alma". Nada más desembarcar, Amadú pidió un teléfono móvil para hacer una llamada y sólo acertó a decir en francés, muy emocionado: "Mamá, llegué bien, estoy en Canarias". Y su madre, lo único que le dijo fue: "No olvides por qué te fuiste, no olvides lo que dejas atrás". Amadú se puso a llorar.

La ruta de Canarias y la ruta del Estrecho de Gibraltar, son sólo un par de las que conducen a Europa. Desde Túnez y desde el Medio Oriente, barcos de inmigrantes intentan llegar a Italia. Por tierra, escondidos en camiones o en trenes, inmigrantes clandestinos llegan desde Asia a diferentes países de Europa. Por avión, miles de ecuatorianos y bolivianos llegan cada año a España y se quedan. Las mafias trafican con los inmigrantes, porque llevar gente a los países ricos es ya un inmenso negocio. Según datos del Banco Mundial, la plata que mandan los inmigrantes a sus países de origen es ya una de las principales fuentes de desarrollo: 167 mil millones de dólares en el año 2005, lo que es el doble de la ayuda oficial internacional.

Pero detrás de todas estas cifras, hay historias humanas, hay trabajo, sufrimiento e ilusión. Cuando el viajero llega a una aldea al borde del río Níger (en Malí), una de las zonas más pobres del mundo, observa calles pavimentadas, casas de cemento, una escuela y hasta antenas parabólicas. El jefe de la aldea dice orgulloso: "Todo esto es gracias a nuestros hijos que están en Francia".