Pero que sucede el resto del año, qué ocurre cuando no hay titular rojo o no hay llamamientos a solidarizar con el hermano que sufre. 

Pues la vida transcurre placenteramente, sin importar que 200 mil niños y niñas de nuestro país vivan en la pobreza. Que 13 familias, de cada cien, no tengan un techo firme que aguante el invierno y que un cuarto de la población gane menos de 170 mil pesos. 

¿Hasta cuándo vamos a permitir esta realidad?¿Hasta cuándo vamos a seguir haciéndonos los locos, esperando que sean otros los que den dignidad a miles de familias, que aún viven en la miseria? 

Estos días hemos visto el rostro de don Rene González, el “casero de Claro Solar”. Conocimos las frías estadísticas referidas al tercio más pobre de la población chilena y descubrimos que miles de niños y adolescentes trabajan, sin que nadie respete sus derechos humanos. 

Ese es el lado “B” de un Chile que no me gusta. De una región en la que no quiero vivir. De una sociedad que pasa con “vendas en los ojos” para no contaminar su visión con una mano estirada pidiendo limosna o con niños metidos en el barro. Desviando el camino cuando hay alguien en problemas. Haciendo el loco,  usando anteojeras o colocándose tapones en los oídos para no escuchar al otro que pide dignidad, respeto y reconocimiento. Que busca, en el fondo, el derecho más fundamental que existe en la tierra, el Derecho a la Vida. 

Un derecho que le negamos, desde el momento en que la Solidaridad sólo es una pose para salir en la portada de un diario, y no una forma de vida. Porque Solidaridad significa unido, soldado, sólido. 

Significa la unión de las personas afectadas por los mismos problemas, que luchan por iguales intereses y oportunidades. Y que más transversal que la oportunidad de una mejor calidad de vida, la cual no consiste sólo en tener una casa, sino que también educación, salud , trabajo y un medio ambiente libre de contaminación.

Pues bien, ante la llamada de atención que es la SOLIDARIDAD, la Araucanía no puede permanecer impasible. Hay que tomar el toro por las astas y decir ¡No más injusticia social! ¡No más pobreza en las calles y en las poblaciones!¡No más contaminación!

Tenemos que movernos, despercudirnos. Despertar al ser humano que hay dentro de nosotros y trabajar por que el otro tenga un trabajo, en el cual se respeten las ocho horas diarias. Que nuestros niños y niñas dejen de estar en la calles y vayan a los colegios para recibir la educación que merecen. Que los locatarios de la Feria Pinto tengan por fin un espacio digno para trabajar. Que los habitantes de Labranza tengan una vivienda sin deudas y de mejor calidad. Que las comunidades de Lonquimay, Curarrehue y Melipeuco no sean el centro de atención sólo cuando llega el invierno, sino que también el resto del año. 

Ya que para despegar como región, primero debemos estar unidos, sólidos, soldados entre nosotros, para que la apatía, la indiferencia, el egoísmo, el desánimo, el desprecio no nos llene el alma y nos haga permanecer “inmóviles al borde del camino.”

Foto:FLICKR/Chepita70